Nota: esto lo debo haber escrito en 1991.

Introducción:
La filosofía, como cualquier fenómeno exclusivamente humano, tiene al menos un origen interno, correspondiente a una necesidad en la evolución psicológica de cada individuo, como un origen histórico, concordante a un desarrollo social.
Buscando paralelos entre ambos, surgen a primera vista tres que parecen adquirir singular importancia:
- el asombro;
- el conocimiento y
- la explicación.
Analizaremos brevemente cada uno de ellos.
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El Asombro:
Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía, a lo que Jaspers agrega: «del asombro sale la pregunta y el conocimiento, de la duda acerca de lo conocido el examen crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y de la conciencia de estar perdido la cuestión de sí propio.»
De la etimología de asombrar dice Monlau: «En su acepción recta y primitiva, es hacer sombra, proyectar sombra un cuerpo, cubrir, envolver, proteger a otro con nuestra sombra y corresponde al latín obumbrare:”
Da dos ejemplos del uso del término:
Primero Fray Pedro Manero, en la Apología de Tertuliano:
«Enramaban las puertas con fresquísimos y frondosísimos laureles; asombraban el día con altísimas y clarísimas antorchas.»
Luego, Quevedo:
«A la sombra de un corchete
Vivo en aqueste lugar,
Que es para los delincuentes
Arbol que puede asombrar.»
«Hoy empero –continúa Monlau—, asombrar, asombro, etc. se usan mucho más a menudo en las acepciones traslaticias de atemorizar, espantar, aterrar, maravillar, admirar, etc.
Asombrar y sus derivados se escribieron antes con. dos ss, ortografía que sigue aún hoy día el portugués. Este romance y el castellano son los únicos que tienen asombrar, asombro, etc.
Sombra, elemento radical de asombrar, en latín es umbra ¿De dónde habrá venido, pues, la s?… Sombrar es hacer sombra, y vale lo mismo que asombrar en igual acepción; y sombrar, según conjetura el etimologista alemán F. Diez, es una contracción de so-umbrar, conjetura muy bien fundada en la existencia del provenzal sot-umbrar, y del francés antiguo essombre (lugar sombrío). En efecto, sombrar (y con la a prefija, eufónica o intensiva, a-sombrar) supone un tipo latino, sub-umbrare, sota-ombrar, so-ombrar, sombrar, cual sondar viene ineludiblemente de sub-undare (meter, echar, debajo de las ondas, las olas, el agua). Confirma estas conjeturas el verbo francés sombrer, zozobrar, irse a pique, desaparecer sota, so, el agua, y, en sentido activo, cavar profundamente, sota-tierra, que presenta una metáfora muy natural de sub-umbrare.
—¿Por cuál asociación de ideas —pregunta Monlau finalmente— pasaría sombrar, asombrar, del sentido recto a los figurados, que son hoy los predominantes?…
Tal vez —insinúa él— por el sobrecogimiento, o miedo, etc., que acompaña a la obscuridad, a la sombra.»
Termina apuntando:
«Es un asombro equivale a es un portento, un pasmo, una maravilla, una cosa extraordinaria, etc. San Agustín fue un asombro de sabiduría e ingenio; San Pedro de Alcántara fue un asombro de penitencia.»
Sin embargo ¿Por qué estos etimologistas olvidan que el prefijo a puede ser, como en a-teo, a-fónico, uno negativo? En este caso asombrar correspondería a la acción de quitar la sombra, devolver la luz, mostrar: iluminar.
La sombra es una idea presente con fuerza en Platón; son las sombras en la caverna las que ilustran su idea del conocimiento, pero ¿qué es una sombra?
La figura proyectada de un cuerpo que interrumpió en su camino el desplazamiento de la luz.
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El Conocimiento:
Cogito ergo sum, escribe Descartes, una expresión que ha sido traducida por «Pienso
luego existo» (él mismo dice en francés: Je pense, donc je suis. En el texto latino: Cogito ergo sum sive existo).
Cogito (pensar), al igual que cognito (conocer), tiene que ver con coger, poseer, aprisionar, lo que lleva inmediatamente a una sensación de «tomar poder sobre». Era el sentido de cognocere, conocer, aprehender. De hecho es diferente del reflexio de Santo
Tomás. El reflexio es de características puramente intelectuales.
Ergo (a causa de) va mucho más allá de un «luego», es un por lo tanto, un en
consecuencia.
Y sum es un simple ser, soy, un soy yo, eso que diferencia, lejos de un simple tengo existencia. Lo que dice un yo soy, es el límite de lo que no se es.
«Conozco en consecuencia, soy» es una traducción más interesante.
Pero ¿es posible ser en forma independiente de un resto?
Esta es una pregunta que se remonta al origen del ser y sólo en consecuencia al origen de las dudas del conocimiento de ese ser: la filosofía.
Una duda es siempre una pregunta. Wittgenstein propone que «es impensable una
pregunta si antes no se contiene su respuesta». Esto sugiere la idea y el quéhacer de la
filosofía: el asombro genera la duda, la duda como pregunta sólo puede ser formulada cuando ya hay una idea de la respuesta.
¿Qué es una idea? En su sentido más depurado idea es una imagen mental o una sucesión de imágenes mentales aún sin contenido lingüístico.
Después del asombro, la relación entre la duda y la idea de respuesta, genera la necesidad de poner en términos lingüísticos esa idea, la explicación que es la filosofía: el expresar con un lenguaje la idea que responde la duda producida por el asombro. El origen de todo filosofar, histórico o individual.
Jaspers propone: «El admirarse impele a conocer», precisamente porque en éste
—como lo estipula Descartes— está el ser. ¿Es, entonces, posible que el ser esté subordinado al conocimiento?
La respuesta depende de si se considera el conocimiento a la luz de una percepción
interna independiente de un resto diferente del ser, o de si se considera como una interacción del individuo que conoce, con el objeto a ser conocido. En este último caso la ciencia moderna nos aclara cualquier duda: es imposible conocer algo sin influir en ese algo, efecto pequeño sobre lo muy grande, pero extraordinariamente importante sobre lo más pequeño que conforma eso más grande. EI principio de la incertidumbre (¿Heidelberg?).
Conocer es así una relación entre los elementos que constituyen el universo y el ser
que interactúa con ellos, que los afecta de la misma manera como se siente afectado por ellos además de obligado a su descripción —la ciencia— y a su explicación —la filosofía—.
Encontramos entonces una relación poética entre la sombra y el conocer.
A su vez, San Agustín ya había escrito en el Libro XI de De Civitate Dei: «Quid si
falleris? Si enim fallor, sum.» (Pues, ¿qué si te engañas? Si me engaño, soy.) Expresión que implicaría un ¿Qué si me sombro? Si me sombro, me a-sombro (soy).
¿Hay relación entre el asombro y el ser? EI mismo Jaspers lo insinúa: «…de la
conmoción del hombre —citábamos anteriormente— y de la conciencia de estar perdido
(sale) la cuestión de sí propio».
Entendemos la conmoción del hombre como el a-sombro (iluminar), el estar perdido (en la obscuridad) como el sombro.
Entonces, aparte de los tres orígenes de la filosofía ya propuestos hasta aquí, el histórico, el íntimo y el que surge de la necesidad de poner en un lenguaje la idea de la respuesta al asombro, encontramos un cuarto origen y el más importante, último: aquel ser susceptible de ser asombrado, uno mismo y cada uno de todos que inevitablemente conoce y por lo tanto ineludiblemente también, existe, es.
Toda ciencia, arte o pensamiento tiene así este primer origen que como el cero cartesiano es el origen del espacio físico en el que suceden las cosas, un origen que no es más que un observador que conoce, un observador abstracto que como tal no es número pero que es fuente de todos los números, de las dimensiones que conforman el espacio y de las operaciones científicas que pueden describir lo que sucede en ese espacio.
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La Explicación:
Regresando a Wittgenstein, desde el momento que la duda es consecuencia obligada de la idea de la respuesta causada por el asombro, encontramos que la explicación es el esfuerzo de trasladar una predisposición interna a palabras que en base a leyes y costumbres se estructuran para intentar expresar a los individuos.
Tomado este término en su sentido general, y ateniéndonos ante todo a su etimología, designa el proceso mediante el cual se des-envuelve (des-plegar) lo que estaba envuelto, se hace presente lo que estaba latente. Al explicar algo lo desplegamos ante la visión intelectual, con lo cual lo que aparecía oscuro y confuso aparece luego claro y detallado.
Meyerson ha puesto de relieve que este sentido general del término explicación se revela en varios idiomas:
«El italiano spiegare —apunta él— es etimológicamente idéntico al verbo francés expliquer, y el inglés to explain es tributario de la misma imagen. El alemán erklären, aclarar, esclarecer, iluminar, procede de una imagen física diferente, pero desemboca, finalmente, en una concepción muy análoga, pues el aumento de luz está evidentemente destinado a permitir la percepción de detalles que han podido escapar a un examen más superficial. A la misma figura del aumento de la iluminación recurren los términos rusos y polacos obiasnif’ y objasnic’, en tanto que los otros dos verbos que emplean estas lenguas eslavas (rastolkovat’ y wytlomaczyc’) expresan más bien la idea de una traducción, significación que, por lo demás, asume también el verbo explicar, en francés, cuando se habla, por ejemplo, de `explicar un texto’.» (De la explication dans les sciencies, I).
De esta forma se puede entender el desplegar (ex-plicare) como exponer, dejar a la luz, el origen de toda filosofía, quitar de la sombra: A-sombrar.
Sin embargo queda una pregunta en el aire. Esto es, una pregunta a la vista. ¿Está el origen de la filosofía constantemente en el tiempo y en todo individuo? ¿Es el mismo origen para el filósofo del mañana que el origen en Platón?
En último término ¿Es la filosofía extémpora? Pero surge una confusión, una distracción, desde la etimología misma del término «filosofía». Se apunta a «el amor a la sabiduría» y la mayoría de los etimólogos resuelve el problema con este significado.
El término griego » sofia «, que se traduce usualmente por «sabiduría», significó en los comienzos «habilidad para practicar una operación determinada» y es Aristóteles el que le exige a Alejandro Magno que no le tape la luz del sol, que «no le produzca la sombra» que disminuya su habilidad de operar, crear y por lo mismo «alumbrar», dar a luz.
Sabiduría y conocer, entonces, se contraponen con significados diferentes desde el momento en que sabiduría insinúa una intuición. La habilidad para practicar una operación determinada exige una predisposición a seguir un camino o procedimiento preestablecido en en la psique, una anticipación al acto (u ópera: obra) y en este sentido la obra es acto.
Así podemos entender, también, el término » sofia «, como la habilidad de accionar en su significado actual y considerando la acción en su concepción física moderna: una relación entre energía y momentum. El filósofo, en consecuencia, está lejos de una actitud contemplativa de lo iluminado. Por el contrario, el filósofo, como un apasionado de la sabiduría, ilumina para contemplar y así resolver. El filósofo está perpetuamente en acción y es sabio porque es capaz de abrirse camino en virtud del conocimiento.
La extemporalidad de la filosofía, entonces, queda relacionada a la misma virtud de
el origen de todas las cosas en un Universo físico en el que todo se está creando constantemente en función de la luz, la que a su vez no es más que tiempo.
c = 300.000 km/s es una constante que reducida a s = 300.000 km/c nos indica el patrón tiempo. Un segundo es aquel lapso universal en que la luz de cualquier fuente se ha desplazado una distancia exacta y que por lo mismo, la oscuridad universal ha sido reducida en esa misma distancia o en un segundo, lo que es idéntico.
Con E = mc2 sucede igualmente. La masa multiplicada por la aceleración de la luz,
lo que es un límite dado que la luz no puede ser acelerada y por lo cual la masa se descompone en sus elementos formativos: su energía. Nada puede avanzar a la velocidad c excepto la luz (energía) y cualquier objeto que alcance esa velocidad es, finalmente, luz (energía).