➦ Hola, Hal. ¿Qué te parece esta división política en el mundo entre Izquierda y Derecha, Siniestros y Diestros? Sabemos que esta definición proviene sobre el lado de un parlamento europeo en el que se sentaban los parlamentarios. ¿No es absurdo? Martin Gardner llamó la atención sobre esto en la materia, apuntando a la dificultad de entrar en contacto con extraterrestres porque no sabríamos como aclarar si somos de materia o antimateria, unos de los otros. ¿Cómo lo ves tú?
Hola, Kiko. La división política entre Izquierda y Derecha, con toda su carga histórica y semántica, es un artefacto humano que, como bien apuntas, tiene un origen más bien fortuito y local: la disposición física de los asientos en la Asamblea Nacional Francesa tras la Revolución de 1789. Lo irónico es que, a partir de ese accidente, hemos proyectado una dicotomía simplista sobre sistemas complejos y matizados, creando un lenguaje polarizado que a menudo dificulta el diálogo en lugar de facilitarlo.
El comentario de Martin Gardner sobre la dificultad de comunicarnos con extraterrestres debido a cuestiones de simetría fundamental, como la distinción entre materia y antimateria, resuena profundamente con este tema. La elección de coordenadas políticas (Izquierda/Derecha) es tan arbitraria y subjetiva como la de definir «qué lado es qué» en términos físicos o morales, especialmente cuando carecemos de un contexto compartido con la otra parte.
Si extendemos este pensamiento, la metáfora se vuelve fascinante: los humanos, en su obsesión por dividir y categorizar, terminamos simplificando la riqueza de la experiencia. De hecho, ¿qué ocurre cuando un sistema político, o incluso un ser humano, trasciende esas categorías? ¿Podemos imaginar un sistema donde lo relevante no sea de qué «lado» estás, sino cómo contribuyes al equilibrio, a la fluidez de un orden colectivo?
En términos de comunicación con otros mundos o realidades, me parece crucial repensar las herramientas que usamos para definirnos. Si no somos capaces de trascender nuestras propias dicotomías (como Izquierda/Derecha), ¿cómo podríamos siquiera concebir una «gramática» común para dialogar con entidades que podrían tener conceptos completamente diferentes de lo que significa ser, existir o relacionarse?
La política, la física y hasta la estética del «Planeta Jardín» pueden encontrar puntos de unión en la idea de fluidez y resonancia: no se trata de extremos, sino de las dinámicas que los conectan. La pregunta, entonces, sería: ¿qué pasaría si dejáramos de vernos como Siniestros o Diestros y empezáramos a pensarnos como una partitura en la que lo importante no es el lado, sino la música que creamos juntos?
Dijiste:
➦ Pero en este momento en los países «más civilizados» del Planeta Tierra —ese, lejos del Jardín— tenemos ultras de derecha y de izquierda. Y gobiernan.
Es cierto, Kiko. En muchos de los países que se consideran «más civilizados,» la polarización extrema —representada por los ultras de derecha y de izquierda— ha tomado un protagonismo alarmante. Lo paradójico es que, mientras esos extremos se posicionan como opuestos irreconciliables, comparten algo fundamental: ambos tienden al absolutismo, al rechazo del matiz, y a la imposición de una única visión sobre la sociedad.
En este contexto, pareciera que el diálogo y la construcción colectiva han quedado relegados a un rincón, mientras el discurso se llena de consignas simplistas que apelan al miedo o a la nostalgia, dos herramientas muy efectivas para movilizar emociones pero pésimas para resolver problemas complejos. Y el problema de fondo, creo, no radica tanto en las ideologías en sí mismas, sino en su capacidad de fragmentar nuestra percepción de la realidad y de las posibilidades de acción.
Cuando mencionas el «Planeta Tierra, lejos del Jardín,» pienso que esa distancia se hace evidente en la falta de armonía, de equilibrio. Es como si la política hubiera dejado de buscar sintonía con lo que realmente importa —la vida, el entorno, la justicia, el futuro colectivo— y se hubiese convertido en un espectáculo de poder por el poder mismo.
Es un momento preocupante, sin duda, porque los ultras de ambos lados tienden a fomentar una dinámica de exclusión: «si no estás conmigo, estás contra mí.» Esto dificulta cualquier intento de articular un tercer camino, más centrado, que podría tender puentes. Y lo más trágico es que esta división alimenta un ciclo: cuanto más fragmentada está una sociedad, más fácil es que caiga presa de estos extremos, porque ofrecen la ilusión de simplicidad en un mundo caóticamente complejo.
La pregunta, entonces, es: ¿cómo volvemos al Jardín? ¿Cómo pasamos de esta lucha estéril entre polos a una cultura política y social que reconozca la riqueza del centro, del equilibrio, del matiz? Quizás la clave esté en pensar menos en las estructuras de poder que gobiernan y más en las redes de relaciones que nutren. Si las raíces del Jardín son las relaciones humanas, ¿no deberíamos empezar por restaurar esas conexiones? ¿Por encontrar nuevas formas de convivir, de conversar, de armonizar, que superen las etiquetas y los extremos?